jueves, 6 de noviembre de 2008

El Ikebana era cosa de hombres, de algunos hombres...

Dicen que tras una cruenta batalla en la que el ejercito de Oshimi uno de los dos señores feudales que estaban enfrentados fue finalmente aniquilado, el ejercito Mishita, victorioso, se dirigió a la casa del derrotado. Encontrándola en total silencio. Entro solo el señor de la guerra en la estancia principal de la vivienda, llena un suave olor a incienso, dejando a sus samurais esperando en otra estancia, se sentó frente al Tokonoma y se quedo observando el Ikebana que había realizado Oshimi, paso largo rato contemplándolo... hasta que las lágrimas dejaron de correr por sus mejillas, después encendió un nuevo incienso y salio de la estancia, ordenando a sus hombres que cogieran con cuidado los cuerpos de su enemigo y su familia y les rindieran honras fúnebres como si de el mismo se tratase.

Los encontraron en la caseta del jardín dedicada a la ceremonia del té, las tazas sobre la mesa, el agua caliente sobre el rescoldo de las brasas, la esposa y los dos hijos decapitados, Oshimi con el vientre abierto y atravesado con su katana, tras hacerse el harakiri.

Mishita, también seguidor del kado, comprendió el sentimiento del ikebana de su enemigo Oshimi, que como el mismo, si hubiese estado en el mismo trance no le permitió que esclavizara a su familia ni que acabara con su vida, así que tras servirles el té y despedirse de ellos, les corto la cabeza a los tres, tras lo que coloco en el tokonoma la caligrafía mas preciada de uno de sus antepasados, realizo el ikebana cuya contemplación hizo llorar Mishita, y tuvo el honor de quitarse el mismo la vida junto a sus seres queridos, en el rincón mas hermoso de su jardín. Entre las azaleas.

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